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Foto del escritorStefie N.

Nuestros hijos... ¿nuestros maestros?

¡Si! ¡Aunque parezca una locura, es cierto! Y son de los mejores; gracias a ellos llegamos a conocernos y a entrar en contacto con nuestra propia niña interna.


Ya trabajando en encontrarme conmigo misma, descubrí la mirada de mi niña llena de lágrimas propias de un niño lleno de un sentimiento de incomprensión abrumador. Al ver en ese niño a mi propia niña sufriendo por las mismas razones; entendí lo que el título de este artículo quiere decir, lo entendí desde el ser y no desde la cabeza.


Entendí que son nuestros maestros porque a través de todas las cosas que ellos te muestran como problemas, como cosas que te molestan, como trastornos que mejorar en ellos para que funcionen “bien” dentro de lo esperado, son en realidad cosas que hay que solucionar en nosotros mismos. Solo así podríamos realmente ser guías y estar disponibles emocionalmente para ellos, ser congruentes y consecuentes con nuestro pensar y actuar y con las exigencias y límites que ponemos. Sólo estando nosotros sanos emocionalmente.


Cuando nos abrimos a la posibilidad de que nuestros hijos no tienen nada malo que cambiar para hacernos la vida más fácil a nosotros, nos encontramos con un mundo de amor incondicional que nos beneficia a todos. Cuando nos damos la oportunidad de ver la posibilidad de que quizás, los que tengamos que solucionar algo no resuelto a tiempo en el pasado somos nosotros, nos abrimos a un mundo donde la comprensión y la empatía marcan la diferencia.


Cuando esa niña de 12 años se vio reflejada en los ojos de ese niño de también12 años, se vió desnuda en el alma, se vio incomprendida, rechazada y sola; pero también se sintió vista y escuchada, ya no se sintió menos que otros niños, ni rara. Se sintió acompañada, sintió que no era ella la única que pasaba por esos problemas.


Mi adulta; pudo ver, sentir y comprender que detrás del enojo estaba una niña abandonada, que detrás de la exigencia que pedía, estaba una niña que no había sabido ser amada incondicionalmente, que detrás de la falta de sentido de muchas de las reglas, castigos y regaños, estaba una niña padeciendo ser quien no era en realidad.


Había comprendido que esa niña había querido ser escuchada y tomada en cuenta en muchas ocasiones y que no iba a decaer en ese intento; y ahora se me mostraba en los ojos de ese niño… mi maestro. Al comprender esto, podemos empoderarnos y tomar las riendas de nuestra niñez y de nuestra adultez; separarlas para que caminen juntas y no traten de interponerse ni sobreponerse la una a la otra; y de esta forma estar disponibles emocionalmente para nuestros hijos y ser la guía que ellos necesitan; desde nuestra seguridad y nuestra salud interna.

De esta manera dejan de enfrentarse nuestros niños internos y sus necesidades no cubiertas, con nuestros hijos y sus necesidades por cubrir; ellos confían en que nosotros estamos listos para cubrírselas y tenemos la responsabilidad de que así sea.




Detrás del enojo que tenemos muchas veces con nuestros hijos se esconde un profundo dolor y ellos no son los responsables de él. Cada vez que tu mundo se desmorona porque tu hijo no es quien tú quisieras, habla una madre o un padre que teme ser visto como malo en su rol; y ese temor, esa necesidad de agradar, también proviene de nuestros niños internos rechazados. Y así la cadena continúa y continuará hasta que cada uno de nosotros aprenda a integrarlo, a comprenderlo, a abrazarlo, a liberarlo y a devolverlo a la vida. Esta es la tarea de este tiempo. Los niños tienen una maravillosa verdad que ser contada y los adultos necesitamos escucharla; si comenzamos por nuestros niños internos, se posibilita un camino de evolución de amor y respeto mutuos.


Con cariño

Stefie

2014

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